Para la próxima temporada el muy élfico Olivier Theyskens buscó la inspiración en una mujer muy joven, muy hermosa y muy vital que retorna a casa después de varios días y sus noches «perdida» en un festival musical. Las lujosas prendas que escogió para su aventura aparecen arrugadas, caídas, maltratadas; el cuidadoso maquillaje se ha difuminado y ensuciado; y el cabello aparece cubierto de tierra, hojas, plumas y pigmentos naturales…
La fascinación por la mujer muy joven sigue vendiendo la mayor parte de las colecciones de París. Una contradicción innata a la moda ya que la mayoría de estas chicas nunca poseerán prét-à-porter, pero sí coleccionarán los perfumes de las maisons, que es al fin y al cabo el sustento de Nina Ricci. Vestido patchwork cortado al bies, abrigo en pelo desflecado y calzado salomé retro. Los tonos violeta infunden espiritualidad y fantasía.
La ninfa rebelde de Theyskens gusta de ornamentación barroca y de fundirse con la naturaleza: estampados vibrantes con motivos vegetales, profusión de plumas y la incursión de los tonos tierra mitigando azules eléctricos.
El púpura se torna tan oscuro que se convierte en negro: tras la puesta del sol los tejidos serpentean sobre la figura femenina como si de reptiles se tratara, el patrón Ricci no podía ser más complejo ni más favorecedor.
Las hadas tienen también su punto tockero, gótico y salvaje: pantalones pitillo muy finos, top patchwork y cazadora/blusón en finísima piel lavada.
Y como colofón, un gigantesco ball gown en capas con mucho vuelo, destellos metálicos, transparencias y un cinturón ciñendo el talle. El escote palabra de honor sigue siendo el must de elegancia sobre la red carpet, y no será destronado hasta por lo menos otra temporada.